Quiero dejar aquí "mis palabras", que tienen algo de mí... pero también esas otras que, sin ser mías, elijo de cualquiera que me traslade su "algo personal". Queda, pues, en abierto total.
Si muriera esta noche, si pudiera morir, si me muriera… si este coito feroz interminable, peleado y sin clemencia, abrazo sin piedad, beso sin tregua, alcanzara su colmo y se aflojara… si ahora mismo, si ahora, entornando los ojos me muriera, sintiera que ya está… que ya el afán cesó… y la luz ya no fuera un haz de espadas, y el aire ya no fuera un haz de espadas, y el dolor de los otros y el amor y vivir, y todo ya no fuera un haz de espadas, y acabara conmigo para mí, para siempre, y que ya no doliera… y que ya no doliera.
(IDEA VILARIÑO)
Impresiona el arranque. Pero de inmediato todo se aclara. No es buscar la muerte, así, sin más… Sino (no olvidar título y comienzo del verso primero: “si me muriera esta noche”…) un final definitivo, pero precisamente en este instante… “si ahora mismo, / si ahora”… Pero ¿cuál es este “ahora mismo”?… Idea Vilariño nos deja asistir al momento mismo de lo que está pasando por su mente en el instante en que sucede lo que en el poema relata: escrito desde ese presente haciéndose en el poema, en plena acción, y reflexionando (¿es posible hacerlo en ese preciso momento… o es esa ficción poética a que nos tienen acostumbrados los/las poetas?... si fuere real y no fantasía literaria o remembranza de un algo sucedido que quedóse prendido en su mente, no parecería posible reflexionar tan extensamente en tal momento de clímax) sobre lo que “ahora” sucede, mas en su recuerdo o imagen forjada, en la que una voz, que no es necesariamente la de “la poeta sino una voz creada por dicha poeta”, nos relata la experiencia mentalmente vivida. Es una forma en que los autores nos empujan a introducirnos en el mundo interior de sus “protagonistas”… por supuesto inventados. Ya Bécquer había advertido que “cuando siento (vivo) no escribo… sino cuando, pasado un tiempo, trato de apresar ese momento y lo evoco”: de ahí la fuerza que empuja emotivamente al lector-observador, voyer… Porque nosotros no pasamos por tal momento, pero esa voz que “exterioriza sus sentires” nos introduce en tal mundo subjetivo, pero como si estuviéramos conviviendo con la “protagonista”… ¡La ficción de la Literatura que recrea lo tal vez vivido por sus autores, pero no vivido por los lectores hasta que no llegamos a leer el poema. Para eso existe el POEMA. Recrear lo no vivido, y hacernos vivir lo no expeimentado, al menos en la forma y fuerza con que la poeta lo hace presente. Por eso utiliza el presente inmediato, e insiste, anafóricamente, en ese “ahora”… que se instala, machaconamente en nosotros.
¿Y qué es lo que ella nos confiesa y, en la medida de nuestras diversas sensibilidades, nos hace estremecer y hasta en casos erizar? Tal así sería lo que teóricamente llamamos “el tema” de la composición. Y ni más ni menos que es éste: Morir de amor, del amor vivido, alcanzado, luchado gozosamente antes, y por fin cesado tras un doloroso afán o deseo o anhelo. Por eso así he titulado esta parte de los poemas de las poetas hispanoamericanas. La delicia de después del clímax, no exento de alguna referencia, por contraposición (que así se hace resaltar más) al sufrir, al dolor… y que ella, como muy hispana pinta en sinécdoques o metonimias como “un haz de espadas”. (Estas poetas de allá del mar tienden a utilizar ese tipo metonímico, material visible, desmenuzado, muy apto para ser captado a través de los sentidos). Y esa delicia es mayor porque, por fin, se apaciguó el ansia dolorosa del anhelo por el amante en la unión y su término mismo…
Dos “casi” estrofas lo recogen y lo reiteran. Tras el arranque que hemos llamado impresionante al comenzar, la voz poética se ceba en dos alargadas formas contrapuestas. (En eso, los escritores no hacen más que utilizar el sistema que todos usamos para resaltar algo en nuestra conversación rutinaria de cada día: la oposición, la antítesis…). De un lado, inmediatamente tras el arranque sorprendente por no conocer aún las razones de tales deseos (“si muriera esta noche, si pudiera morir, si me muriera”… dijimos antes “morir de amor” por lo que en versos seguidos aparece). ¡Cómo, sin hipócritos redondeos, cita expresamente el gran momento en que sitúa el ahora del poema! Es el “punto G” de esta relación, cuya pareja desconocemos porque para nada se necesita saber del otro, sino saber lo que entre ambos sucede. Nada menos que 8 complementos acompañan a la palabra central rodeándola para mejor describirla (¡preciso es ver la fuerza adjetival con que se “pinta” un momento al parecer único y final… pero porque después ya nada se apetece): “el coito es… feroz, interminable, peleado y sin clemencia, abrazo sin piedad, beso sin tregua”. Toda una secuencia que “vemos” filmada, pero como si fuéramos, que no observadores, sino coprotagonistas… ¡y quién no!
La segunda, antitética, es el sufrimiento que ya se apaga si, tras ese abrazo sin piedad y sin tregua, cesara todo afán… ¡qué sencillamente lo dice! ”Sintiera que ya está, que ya el afán cesó”… Hay un eco no lejano de Fray Juan de la Cruz: “Dejéme y olvidéme; cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”. Y aparece explicitado el dolor (palabra demasiado abstracta, que Idea Vilariño traduce a lo material, visible, y apto para los sentidos… “la luz, y el aire y el dolor de los otros, y el amor y el vivir, y todo… ya no fuera un haz de espadas”… Son metonimias, aspectos certeros y concretos de lo que produce el gran dolor, para que “ya no duela, ya no duela”… repite. Porque al reiterar algo se intensifica el dolor, se le siente más… Es el efecto de la anáfora: Metonimias o sinécdoques del instrumento que produce el dolor, sobre todo de lo no cumplido, del afán no cesado…
Por eso hemos hablado de que su poema es ese inmenso deseo de que tras alcanzar el colmo y ese beso, abrazo, símiles del coito feroz de pasión, interminable, sin piedad, sin tregua… uno/una pueda morir de amor cumplido: “y acabara conmigo/para mí/para siempre/y que ya no doliera/y que ya no doliera”…
2 OJALÁ
Ojalá que te bebas mis sueños, que mi nombre se extienda por todo tu cuerpo.
Que me pierda en tu piel de aceituna en las lentas horas de abril y de luna.
Ojalá a mi cintura se amarre la cinta de tu sangre oscura.
Y que por tus labios húmedos y sabios transiten mis besos de óxido y de llanto.
Ojalá que asciendas por mi sangre enhiesta con la fiebre izada como una bandera.
Aunque luego huyas. Aunque nunca vuelvas. Aunque torne negra esta primavera.
Aunque yo me muera.
(ISABEL BAQUERO)
Es ahora el turno para una española, madrileña de 1938: Isabel Baquero. Y también bajo el mismo epígrafe. Pero con otra modalidad. Una alternancia. Siguen imperando las ansias, los deseos. Mas esta vez sobre algo que no ha llegado aún. Es, para unirlo al anterior, antes de que suceda lo que a Idea Vilariño ya le ha sucedido. La voz que inventa Isabel y protagoniza el poema, todavía desea alcanzarlo. Sería su gran anhelo. Su deseo todavía incumplido… De ahí, su título expresivo: “Ojalá”. Que a su vez marca, cada vez que repite la interjección, las tres partes del poema, dejando para luego la coda final. En la que vamos a apreciar su paralelismo con el poema anterior… Eso nos recuerda aquel arranque de la colombiana: “Si muriera esta noche / si pudiera morir / sin me muriera… si ahora mismo / si ahora / entornando los ojos me muriera…” Si no es morir de amor… es por morir por amar, por el deseo de amar y ser amada.
Reducido a su esencialidad, despojándolo de todo el rico lenguaje con el que viste su anhelo, el tema sería: Fundirnos aunque sea sólo una vez y luego desaparezcas. Ojalá pudiéramos juntarnos, unrinos tanto que te metas en mí y yo en ti. La “fusión de los amantes” toma aquí cuerpo por la nueva forma expresiva que hace como nuevo el más viejo deseo del mundo desde que dos seres complementarios por primera vez se vieran. Y la poeta distribuye su material en esas tres partes claras en un auténtico “crescendo”, que va desde “sueños y nombre” (casi volátil, intangible, inasible…); pasa aumentando en “mi cintura, tu sangre, mis besos, mi sangre” (ya el barro grita sus derechos y exigencias táctiles, visuales, olorosas…); y cierra en “asciendas por mi sangre enhiesta, izada como una bandera” (incrustándote, oh amor, en toda mi intimidad… ¿qué mayor intimismo que la sangre que recorre el interior de mis venas?...) Acuden versos de Aleixandre en los que Isabel parece haber bebido: “Quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente / que regando encerrada bellos miembros extremos / siente así los hermosos límtes de la vida” (“Unidad en ella”. De “La destrucción o el amor”)… Ésa es la junción total buscada. Y lo cierra con una humildad casi ascética, de total desprendimiento, una vez alcanzado el propósito limpio, límpido y común al humano ser emparejado…Y ya no importa “que luego huyas, que nunca vuelvas, que se torne negra la primavera… incluso aunque yo me muera” … A mí me produce un escalofrío íntimo, interior, que la voz amante, conformándose con una única fusión, no le importe luego ni la huida, ni el olvido, ni la negrura, ni la muerte: ella todo, TODO lo da. Como si dijera, que sí dice: “Haberte tenido una vez habrá bastado, habrá sido suficiente, aunque todo desaparezca y hasta la más bella estación del año, la de los enamorados (desde pajarillos a grandes mamíferos) se oscurezca tanto… tanto que ya no me importe “morir de amor” tras esa experiencia contigo… ¿Se puede donar más, sabiendo que amar es darse?
Pero ¿y cómo construye Isabel su poema? Sorprende la original forma, auténtica creación, de unir los verbos con unos complementos que gramaticalmente, y en estricta lógica, no podrían darse. Pero arrojan nueva luz a lo muy sabido y muy repetido, como si fuese un devocionario… Nos acostumbramos a las mismas formas de la declaración de amor… como en la liturgia, religiosa o laica, del símbolo por excelencia de la unión en amor: el “rito del matrimonio”… y como tal, se desecan y caen de inmediato sus pétalos ajados de tanto manosearlos. Pero en el Arte hay que dar nuevas formas. Estamos ante una Poeta. Ése es el ímpetu de su creatividad. Por eso es Poeta.
“Te bebas mis sueños”. No es “conocer, saberte, saborear…mis sueños”, sino “beberlos”: asumirlos, incorporártelos, metabolizarlos… ¿No es lo mismo que decir hacerte de algo mío?¿ir convirtiéndote en mí? ¿o entrando yo en tu mismo ser para formar, no dos, sino un solo ser… aquella vieja expresión del Génesis… “ser dos en una misma carne”?...
“Que mi nombre se extienda por todo tu cuerpo”. Como un óleo que impregna y suaviza al cuerpo amado y entre sus poros penetra adentrándose… El nombre designa a la persona, y esa persona, hecha nombre, se derrama sobre la otra persona ansiada. Todo tú quedas ungido de mí. Hay una escena contada en el evangelio atribuido a Juan según la Jerarquía católica, en la que una mujer unge los pies de Jesús con un ungüento muy caro, y todo lo enjuga con sus largos cabellos. La estampa puede tener varias interpretaciones, pero está ahí. Y es una muestra de lo que parece gritar Isabel Baquero… Porque insiste en los siguientes versos:
“Que me pierda en tu piel de aceituna”… restregada, “extendida” dice con elegancia la voz poética, tras extenderse sobre él… Pero no hay referencia, al menos directa, a una conjunción de los cuerpos extendiéndose uno sobre el otro… sino “mi nombre”… No sólo una parte mía, harto importante en temas estos de sensualidad refinada, sino yo-toda: es, por eso, “mi nombre” que, entera, me designa…
“Ojalá a mi cintura se amarre la cinta de tu sangre oscura”. ¡Qué preciosa expresión de tartamudeo silábico (como dicen los lingüistas): cintura…cinta… No dice la frase que conocemos y reiteramos en ritual: “abraza mi cintura”; sino esa maravilla de estampa imposible en lo real, mas figurada, metaforeada, y por eso de mayor fuerza expresiva por sorprendente… Remarcando una vez más la ansiada unión. La fuerza semántica del verbo “se amarre” refuerza el deseo ce que nada los separe.
“Y que por tus labios húmedos y sabios transiten mis besos de óxido y de llanto”. Igual que su nombre “se extienda por todo su cuerpo”. Igual que “se pierda en su piel de aceituna”. Igual que ”se amarre a mi cintura la cinta de tu sangre oscura”… …Igual ese contraste entre “húmedos y sabios tus labios” frente a “de óxido y de llanto mis besos”. Esos labios que deseo, pintados en atractiva evocación, se contraponen, triste y humildemente, a besos amargos de escozor y pena…
Y frente a esa reiterada anáfora que por eso resalta e insiste del “Ojalá”, alternadamente distribuida en estrofas impares, se alza en tres redobles sonoros, como de campanas de funeral, cerrándose con el eco de un cuarto repique en el final verso, separado, distanciado, y quedándose en la memoria auditiva del oyente que a tal momento asiste invitado por la incógnita voz inventada por la Poeta… Lo que ha sido continuamente anafórico, reiterado, se junta ahora en rápido ramillete que resalta lo que ella da si ese “ojalá”, que jalona el poema, se cumpliese…
“Aunque luego huyas. Aunque nunca vuelvas. Aunque torne negra esta primavera”
Preciosidad de lo escogido en tan breves variantes: luego, nunca, torne… Siempre presididos por esa conjunción concesiva, que es eso: concesión hasta de un final. Porque así cierra el Poema:
“Aunque yo me muera”. Como si… : “por favor, que se haga según deseo… aunque en el embite del amor se me vaya la vida”…
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